Nuestra mente empieza a funcionar igual que de pequeños. Entonces aparecen las ideas infantiles que teníamos en esos difíciles momentos. También nuestros diálogos internos en su forma y contenido. Así como las creencias negativas inconscientes sobre uno mismo, los demás y la vida.
Por ejemplo, imaginemos que hoy en día estamos en un grupo de amigos y notamos que no nos hacen caso. Esta situación puede evocarnos experiencias negativas de integración en grupo. Entonces, el pensamiento puede acelerarse tratando de comprender qué está pasando, qué hemos hecho mal, porqué no nos atienden. Y comenzamos a buscar soluciones rápidas y desesperadas para evitar el malestar. Generalmente, los niños en situaciones difíciles tienen pensamientos intensos, negativos, de blanco o negro, o catastrofistas. Esto es lo que se conoce como el pensamiento mágico infantil. Un tipo de pensamiento más intenso y muchas veces no conectado con la realidad. Así hoy, puede que anticipemos o vivamos con mucha intensidad determinadas situaciones.
Igualmente, podemos empezar a decirnos cosas feas a nosotros mismos y tener unos diálogos internos cargados de cierta crítica. “Claro, es que no tienes nada que decir, es que no soy interesante, atractivo, ocurrente, qué vergüenza, todos lo van a ver, tengo que hacer algo”. O también podemos decirnos: “son tontos, no saben apreciarme, la gente siempre me ignora, en la vida estoy solo”. Estas diálogos infantiles dejan entrever algo muy importante para nuestra autoestima: las creencias infantiles negativas. Es decir, lo que en su momento creímos que éramos y merecíamos, lo que creíamos que era y hacen los demás y la naturaleza misma de la vida.