¿Qué hay detrás de las discusiones de pareja? ¿Es normal discutir con mi pareja?

Discusiones en pareja | Por Lucía Camín, psicóloga

Discusiones de pareja: cómo actuar ¿es normal?

Las discusiones en pareja frecuentes generan mucho malestar e impiden que la relación crezca y se consolide. Todas las parejas tienen diferencias y las «sanas» discusiones sirven para acercar posturas y llegar a acuerdos. El problema aparece cuando las discusiones se convierten en peleas y estás se repiten sin éxito. No solo se acumula el malestar emocional propio de cada enfado. Sino que, lo que es más grave, no se acaban de resolver los conflictos reales de la pareja.

¿Por qué acabamos siempre discutiendo?, ¿por qué siempre estamos mal? Para salir del bucle de las riñas constantes es preciso conocer cuál es vuestra manera de discutir, qué consecuencias tiene para ambos y qué hay en realidad detrás. Para finalmente, saber qué podéis hacer para comunicaros mejor.

Las discusiones en pareja ¿Cómo saber si discutís demasiado?

¿Discutir es malo? Estar en desacuerdo es normal y pasa en la mayoría de las parejas, aunque muchas no lo manifiesten. No solo es habitual, sino que es necesario. En todas las relaciones surgen diferencias y las discusiones son la herramienta comunicativa que tenemos para abordarlas, mediante el  intercambio de puntos de vista y la búsqueda de soluciones.

Existen parejas que nunca discuten. En estos casos, las diferencias siguen existiendo, sencillamente no se abordan, lo cual no es nada recomendable para construir una sana intimidad. Aunque resulte paradójico, el objetivo de las discusiones es unirnos y acercarnos.

Pero discutir bien no siempre es fácil. Requiere de altas dosis de madurez, de autocontrol, de voluntad… No es raro que las parejas se instalen en un estado de insatisfacción y pelea permanente. Lo fácil es disfrutar de los puntos que nos unen, lo realmente complejo es aprender a navegar a través de nuestras diferencias.

▷ ¿Qué señales pueden indicarte que no tenéis una manera sana de dialogar?

Probablemente ya sepas que vuestras rencillas están empezando a hacer mella en ti. Pero si quieres profundizar o tienes dudas, te proponemos que sigas buceando en tus sensaciones subjetivas. ¿Con cuánta frecuencia soléis discutir? ¿Cómo encaráis las tensiones? ¿Sube el tono y aparecen los reproches o incluso acabáis muy enfadados? Después de pelear, ¿cómo os quedáis? ¿crees que os habéis comprendido? Y en general, ¿estos desencuentros te hacen sufrir? Estas son las señales de que vuestras peleas no están siendo útiles:

  • DISCUTIR FRECUENTEMENTE SOBRE LAS MISMAS SITUACIONES, ACTITUDES O COMPORTAMIENTOS.

  • REPROCHAR, JUZGAR O HACER SENTIR CULPABLE.

  • FALTAR AL RESPETO, INSULTAR, DESPRECIAR O BURLARSE.

  • INDIGNARSE, VICTIMIZARSE.

  • ENTRAR EN LUCHAS DE PODER SOBRE QUIÉN TIENE LA RAZÓN.

  • ESTAR A LA DEFENSIVA, EXCUSARSE, MENTIR.

  • MOSTRAR INDIFERENCIA ANTE LAS EMOCIONES DEL OTRO.

  • NO ESCUCHAR.

▷ El círculo vicioso de las discusiones

Cuando los desacuerdos se convierten en peleas rutinarias, la relación puede entrar un bucle negativo que agrava cada vez más el problema.

  1. Se expresa mal el problema. Mediante el enfado directo con reproches: “no has recogido la lavadora otra vez”, “siempre estás igual”. O mediante una comunicación más indirecta (victimizándose, quedándose en silencio, gesticulando, etc.).
  2. El otro se pone a la defensiva. Ya sea negando el problema, evitándolo, poniendo excusas o atacando de vuelta (“pues tú más”).
  3. Escalada de violencia. Sube el tono de la conversación, ambos se muestran indignados y “aferrados” a sus razones. No hay entendimiento y el clima emocional se recrudece.
  4. Distanciamiento. Se produce una separación (afectiva o física).
  5. “Reencuentro” sin resolución. Se retoma el contacto sin encarar el problema de manera eficaz. Por ejemplo, hacer como si nada ha pasado, reconciliarse superficialmente, seguir enfadados o proponer soluciones poco realistas. Así, las necesidades de ambos no se ven atendidas y el problema volverá a surgir tarde o temprano volviendo al punto 1. Pero con mayor intensidad.

Con cada discusión se van recrudeciendo las tensiones. Cada vez expresamos peor nuestra necesidad, estamos más a la defensiva, más indignados, saltamos antes. A medida que se repite e intensifica este bucle una y otra vez, la relación se va desgastando. Como no se acaban de resolver los problemas, ambas partes acumulan cada vez más enfado, mayor impotencia y en algunos casos hasta cansancio y desesperanza.